El hombre mexicano heterosexual: o se aclimata o se aclich…

Lucía de los Santos

Escrito por

Lucía de los Santos



El hombre mexicano heterosexual: o se aclimata o se aclich…

Feminismo


Equidad de género

7 de diciembre del 2017


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En México, -aquellos privilegiados- estamos viviendo una nueva e intensa consciencia feminista. Con privilegiados me refiero a quienes tenemos acceso a la educación y recursos para educarnos. Por supuesto no todos los privilegiados hacen uso de éstos, sin embargo, el impacto a nivel cultural es inescapable. Poco a poco, esta consciencia feminista está alterando la cultura. Personalmente creo que los cambios que el feminismo ha logrado en la esfera institucional son grandemente responsables de esta nueva atmósfera social. Aún sin mi opinión, la realidad es una en el plano de la dinámica social: las mujeres están cambiando y así, sus relaciones.

Las mujeres heterosexuales mexicanas -conscientes o no- cada día viven en un mundo más feminista. Esta realidad está cambiando la forma en que las mujeres se conciben a si mismas. Cada día más mujeres se reconocen como sujetos activos en una sociedad: sujetos dignos de derechos. Quisiera decir que son la mayoría y que se identifican feministas, pero no es el caso. La mayoría de las mujeres mexicanas heterosexuales continúan sin identificarse feministas no así, sus conductas, creencias, actitudes o deseos. En otras palabras, se identifiquen feministas o no, las mujeres en México ya no “son las de antes”. Y francamente pienso que jamás volverán a serlo.

Esta nueva consciencia del ser mujer y de lo femenino -particularmente enfático en quienes se identifican feministas, pero para nada excluyente de les demás- tiene un impacto específico a nivel vincular: el amor romántico heterosexual o más bien, el modelo de pareja romántica heterosexual. Conforme las mujeres se vayan reconociendo sujetos -y acorde a esto- sus relaciones y las que buscan establecer, seguirán cambiando. Entre más profunda sea la reflexión de sus derechos y más activa su búsqueda por conseguirlos, la exigencia porque le sean respetados aumenta y la tolerancia por la violación de los mismos disminuye. Estas “nuevas mujeres” que se respetan más a sí mismas, están buscando “nuevos hombres” que respeten sus derechos por igual y, -ante todo- que también las reconozcan como sujetos.

La mujer, antes colectivamente considerada objeto, empieza a concebirse sujeto y adueñarse de sí misma. Con esto, el espectro del ser mujer y de lo femenino se amplía presentando diversidad y subjetividad. Como resultado hay nuevos paradigmas del ser mujer, así como nuevas esencias de lo femenino más flexibles, menos estereotípicas -pero ante todo- más valoradas. Mientras tanto, el hombre mexicano heterosexual cis-género -cómodo en su privilegio y/o viciado en una educación rígida- no parece estar del todo enterado.

El hombre heterosexual mexicano -privilegiado por condición aunque no necesariamente para educarse- continúa planteándose un plan de vida desde la masculinidad estereotípica. Entre el privilegio social masculino y el machismo internalizado, es difícil concebir masculinidades alternas. Por una parte, haciendo uso -consciente o inconsciente- de su privilegio social al ser hombre, continúan sin la verdadera necesidad de cuestionarse a sí mismos. Por otro lado, quienes logran empezar el cuestionamiento no logran llevarlo a la profundidad requerida pues la internalización machista ciega hasta al mejor intencionado. Lo problemática yace en que esta ausencia de cuestionamiento del ser hombre y de lo masculino, está dejando de ser opcional para convertirse en requisito para su propio bienestar.

La nueva mujer mexicana heterosexual, así como todas las otras, está buscando nuevos y diversos planes de vida. Desde lo económico hasta la dimensión sexual, son distintas. Ellas, ya no conciben la maternidad como su futuro determinado sino como una de sus alternativas. Estas mujeres -que siempre han trabajado tanto o más que los hombres- por fin ahora lo hacen de manera remunerada y con preparación académica -teórica o práctica- muchas veces superiores a las de sus potenciales parejas. Así, van ganando terreno en todas las ramas laborales, están adquiriendo puestos de poder así como poder económico. Las vidas de estas mujeres -aunque siempre más pobres- ya no dependen económicamente de un hombre o, al menos, ya no quieren ser dependientes de nadie. Ellas, son ahora económicamente más independientes, más poderosas y, por lo tanto, más libres -en una sociedad capitalista en la que el dinero se equipara al poder y así, a la libertad.

Esta emancipación económica es una de las que les exige a los hombres revisar la masculinidad. En específico el rol de proveedor como el ejercicio dignificado de la masculinidad en las relaciones heterosexuales. El hombre heterosexual mexicano parece estar confundido. Por un lado, se les educó para ser proveedores -exclusivamente- y bajo el ideal de que ésta sería su tarea prioritaria. Se les inculcó sistémicamente que -para dignificarse como hombres- se necesitaba ser la fuente de ingreso económico de una familia. La cultura les dice que un hombre puede ser muchas cosas, pero si no mantiene a nadie, es un “bueno para nada”. Mientras, la realidad económica del país imposibilita grandemente proveer para uno mismo -más aún para una familia. La realidad social del país es que las mujeres están llegando mejor preparadas a muchos puestos -y aunque les siguen pagando menos- las mujeres están empleándose mejor y ganando más.

En este tema, los nuevos hombres que quieren entender a estas nuevas mujeres necesitan empezar a contestarse premisas simples como: ¿Qué efecto tiene en mí tener una pareja que gana más que yo? Si hay algo que les incomode entonces cuestionar ¿por qué me incomoda ganar menos que mi pareja? ¿Por qué tengo que ser yo el proveedor? ¿Qué hay detrás del deseo de ser quien tiene el mayor poder económico en una pareja? Y no está de más, ¿No habrá algo más justo o balanceado donde ambos tengan poder y responsabilidad económica? ¿Cómo escogería la distribución de la responsabilidad económica en una pareja si nadie me hubiera dicho que el hombre es el proveedor?

Otra de las particularidades de estas nuevas mujeres tiene que ver con la violencia sexista. Al momento en que la mujer se reconoce como sujeto de derecho sabe que, como persona, es su derecho no sufrir ningún tipo de violencia. Cada día vemos cómo la tolerancia de esta violencia sexista disminuye y es mucho mayor la consciencia del derecho -y por lo tanto la exigencia de ser cumplido- de la mujer a vivir una vida libre de violencia. Aunque desde siempre, ninguna mujer consideró que estaba bien que la violaran y siempre hemos sabido que la violación es un delito, apenas ahora se empiezan a concientizar sobre el acoso, el hostigamiento y el abuso sexual, así como la discriminación por sexo-género y orientación. Igualmente se visibilizan y persiguen todos los tipos de violencia sexista desde la psicológica y verbal hasta la física y el feminicidio. Las nuevas mujeres ya no toleran ni tolerarán ser víctimas de violencia sexista -sutil o burda- desde el acoso callejero hasta los golpes y/o la violación, las nuevas mujeres ya no son víctimas, son ciudadanas y están denunciando estos delitos.

Este cambio trae otra revisión muy profunda para ejecutarse por los hombres -todos. La mayoría de los hombres no son violadores ni particularmente violentos o agresivos, pero aún sin quererlo, siguen perpetuando la violencia en contra de la mujer. Desde mantener a la mujer oprimida en una posición o rol que le haga dependiente económicamente, hasta la forma en las que se hacen los juicios de valor sobre las mujeres como si fuesen objetos, el sexismo persiste. De nuevo, es importante mencionar que nadie piensa que lo hagan por convicción y un verdadero deseo de oprimir o violentar, pero aún aquel hombre noble, es parte del sistema cultural machista y le es difícil concebir algo tan cotidiano como anormal. Por tal es común que les cueste revisar su ideología sexista y las prácticas violentas que ellos mismos llegan a perpetuar.

Desde la forma en que comparten y/o consumen pornografía -mainstream- hasta lo que consideran ideal sexual masculino, dependen de la objetivación de la mujer. Desde cómo distribuyen sus tareas o roles en una pareja hasta los adjetivos que usan para describir a cualquier mujer, hay mucho que revisar. Estos nuevos hombres deben empezar a revisar la concepción personal sobre el ser mujer. Preguntas simples para guiar esta reflexión serían: ¿Siento, pienso o creo que la mujer vale menos que el hombre? Si la respuesta inmediata es un no rotundo, revisa bien. Si las mujeres valen lo mismo que los hombres, ¿por qué lo femenino es usado por mi y/u otros como insulto? (i.e. corres como niña, marica, etc.) ¿De dónde saqué los criterios con los que juzgo a las mujeres? ¿Las mujeres que conozco valen menos que yo? ¿Qué evidencia tengo para considerar que los hombres y las mujeres no merecen los mismos derechos o responsabilidades? ¿Alguna vez he violentado a una mujer de cualquier forma? O si quiera, una reflexión casual que responda: Cuándo estoy con hombres ¿qué y cómo hablamos de las mujeres?

Por último, -para fines de este texto, pero para nada para terminar la revisión- no sólo estas nuevas mujeres se están emancipando económicamente obteniendo poder económico y político; no sólo ya no se dejan violentar y se animan a castigar a quien lo haga, aún más, ellas están conociendo y dominando su placer sexual. Aquí -desde mi opinión- está una de las revoluciones más importantes en las relaciones heterosexuales.

Las nuevas mujeres ya no sienten culpa o vergüenza por ser seres sexuales. Cada día más mujeres se conocen mejor, se masturban sin culpa y cada vez más mujeres logran orgasmos. Las mujeres nuevas ya no están esperando a un hombre que les enseñe cómo tener relaciones sexuales y que mágicamente sepa cómo darles placer. Ya no creen el cuento de que el día de su boda se convertirán en grandes amantes. Ellas ya entendieron que el hecho de que la mayoría de las mujeres no tengan orgasmos está directamente relacionado a que el sexo que estaban teniendo no era el medio para conseguirlos. Y poco a poco, mientras la cultura permita que se sigan compartiendo sus experiencias, será mayor el entendimiento de la sexualidad femenina. Un tema ignorado por siglos desde la medicina hasta la religión.

Este es el tema que considero de mayor dificultad para la introspección en el hombre heterosexual. De nuevo, no es su culpa. Es la pornografía, la medicina, la religiosidad, la ignorancia, los medios, la cultura y la falta de educación sexual lo que está detrás del que hombre no visibilice y entienda claramente el placer sexual de la mujer. Ahora, es imposible que entiendan algo que no es propio, mucho menos si las mismas mujeres apenas comienzan a hacerlo y a comunicarlo. Este es gran parte del error, pensar que conocen algo de la mujer que ni ella misma ha terminado de conocer. Otro de las barreras más duras para el análisis introspectivo es que mucho de la propia masculinidad y del “sentirse hombres” radica en las relaciones sexuales. Validarse como hombres en las relaciones sexuales incluye estándares idealizados y estereotípicos como un ideal del tamaño del pene, del tiempo de duración, un ideal de cantidad de eyaculado, hasta un ideal de prácticas sexuales. Pero, la más delicada validación de la masculinidad es la que, culturalmente se valida a un hombre como “más hombre” en función del placer sexual de la mujer. En otras palabras, un hombre debe darle orgasmos a una mujer para ser “hombre suficiente” de otra manera pierde hombría o virilidad.

Los nuevos hombres necesitan hacer una verdadera y muy profunda introspección a lo que se exigen o determinan ideal en las relaciones sexuales y conocer los orígenes, así como los fundamentos de esos ideales. La mayoría de los hombres siguen considerando que el tamaño de su pene es importante, que entre mayor sea su tamaño mayor será el placer de la mujer, que deben de durar mucho y que esto es más placentero. Siguen pensando que exclusivamente su deseo sexual es bestial y que todo orificio del cuerpo de la mujer puede y debe ser penetrado. Consideran que la mujer debe ser como es concebida en la pornografía: blanca -porque ante todo somos racistas- güera, con genitales rosas y sin vello, dispuesta siempre a ser penetrada y consiguiendo placer por medio de la penetración. Misma que consideran aumentar el placer de la mujer según logren hacerla más fuerte, más profundo o más intenso. Todos y cada uno de estos son mitos, carecen de fundamento científico y en la mayoría de los casos hay evidencia de lo contrario.

Expondré sólo uno, pero es el que me parece más importante en cuánto al placer sexual refiere. El clítoris es el órgano mayormente vinculado a la posibilidad del orgasmo.La mayoría tiene orgasmos por medio de la estimulación del clítoris. En general ningún hombre se sorprende con lo que acabo de escribir -confirmando otra señal de la gravedad del problema- pero hagamos la revisión partiendo de que ya todos los hombres heterosexuales saben que el clítoris es el órgano que le da placer a la mujer.

Los nuevos hombres, -y todos los hombres que tengan relaciones sexuales con mujeres y/o persona con vulva- necesitan empezar a cuestionar cosas muy simples: Si las mujeres llevan al menos 50 años diciendo que el placer sexual radica en el clítoris ¿por qué los hombres siguen preocupados por el tamaño de su pene? Si el glande del pene y el clítoris son órganos análogos ¿porqué creo que adentro de la vagina habrá otros órganos que generen mayor placer? Si realmente me interesa darle placer a una mujer ¿por qué creo o considero que la penetración es el medio para hacerlo? En el caso de que la pareja no se masturbe ni tenga orgasmos ¿qué me hace pensar que yo podría darle algo que ella no conoce en su propio cuerpo? ¿Cuál es el mayor miedo o la mayor vulnerabilidad en las relaciones sexuales? Y, si yo no tengo un orgasmo en una relación sexual ¿se me atribuye a mi o a mi pareja? Y ¿por qué?

Para esta revisión les puedo dar datos científicos que les apoyen, por ejemplo:

  • El pene promedio adulto -pasando los 21 años de edad- mide entre 12 y 21 cm. en erección, sin embargo, cada erección es dependiente del estado excitatorio y éste varía según la ocasión.
  • El tiempo de latencia eyaculatoria intravaginal -el tiempo que dura un pene en estimulación directa antes de eyacular- es de 5 a 7 minutos. En las relaciones sexuales los tiempos se suelen extender según las prácticas sexuales y los cambios de ritmo o posición. La duración es también dependiente de factores contextuales y psicológicos.
  • En una encuesta a 616 mujeres, el 94% estuvo de acuerdo con la siguiente afirmación “no necesito la penetración para lograr un orgasmo”.
  • La vagina en estado de excitación se extiende hasta 21-22 cm. de profundidad, sin embargo, sólo el primer tercio (exterior) tiene terminaciones nerviosas, los dos tercios más profundos no son particularmente sensibles.

Espero que estos datos y la reflexión sobre el orgasmo de la mujer, ayuden a repensar el placer sexual estereotípico. Ojalá quede claro que el placer sexual que depende de la penetración es del pene -el del hombre. Espero que se entienda que la idea de la penetración como proveedor de orgasmos -o del hombre como proveedor-, es para servir al hombre y la masculinidad, así como lo poco que tiene que ver ésta con el placer de la mujer. Ojalá lleguen a preguntas como: Si el orgasmo de la mujer ha sido históricamente mitificado para servir al hombre ¿Cuántas otras ideas sobre el ser mujer y lo femenino se tratarán de lo mismo?

Espero al menos que una breve introspección al rol de proveedor, a la ideología sexista y al placer sexual femenino pueda empezar a abrir el diálogo interno. Estos nuevos hombres -si quieren o les interesa establecer relaciones románticas y/o sexuales con estas nuevas mujeres- ya no les queda mucha alternativa.

Nota. Una vez que empiezas a hacer el análisis del sexismo, lo ves en todos lados. Es dícil detenerlo sino imposible. Y casi siempre, implica un dolor o una vergüenza pues requiere interiorizar que uno mismo es parte del problema. Para relamente lograr esta introspección se requiere de suficiente intelecto y madurez para salirse de la propia perspectiva.

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