Adicción a la pornografía: ¿Mito o realidad?

Gibran Rodríguez

Escrito por

Gibran Rodríguez



Adicción a la pornografía: ¿Mito o realidad?

Erotismo


Pornografía

5 de febrero del 2019


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Está de más decir que el Internet ha revolucionado la vida de las personas. Todas y cada una de las dimensiones que competen a nuestra cotidianidad han sido influenciadas y transformadas por el fenómeno de lo virtual, de la red, de la vida en línea. Hoy en día nos relacionamos con otros individuos y con nuestro entorno de maneras que antaño habrían sido inimaginables. ¡Esto también aplica para nuestras conductas sexuales! Obviamente, el ciberespacio y nuestra creciente interconectividad también han traído consigo cambios titánicos en nuestros comportamientos sexuales. La manera en que navegamos los mares del erotismo, el cortejo y el placer no es la misma que hace 20 años. Así, el Internet ha transformado radicalmente la manera en que las personas interactuamos románticamente y sexualmente en cuestión de un par de décadas.

Uno de los grandes cambios en materia de sexualidad y comportamiento que han sido, al menos en parte, resultado del advenimiento del Internet, se refiere a la búsqueda de placer y gratificación sexual. En la segunda década del siglo XXI, la gratificación sexual está al alcance de un clic. Un sinfín de imágenes eróticas, videos sexualmente estimulantes o posibles encuentros casuales se puede obtener en minutos. El deseo lleva a la acción casi inmediatamente, sin restricción aparente, pues los estímulos sexuales son fáciles de encontrar. Esto ha logrado que las estrategias y artilugios propios de la búsqueda del placer y satisfacción sexual se hayan diversificado – del plano carnal al terreno virtual – y con ello, también han aumentado las posibles complicaciones y los problemas relacionados con nuestras funciones y comportamientos sexuales. Parecer ser que vivimos en la época de la sobre-estimulación sexual, diría yo, y muchas veces esto lleva a rupturas con el funcionamiento sexual saludable. Por tanto, las denominaciones de disfunción sexual (y demás problemas relacionados con nuestra sexualidad) tal y como los conocemos hoy en día han evolucionando en respuesta a estos nuevos modos de interacción. La ciencia del sexo no puede permanecer estática si ha de mantenerse relevante y útil; más aún, el fenómeno del sexo en línea ha venido para quedarse y cambiar nuestras vidas para siempre.

En años recientes, uno de los tópicos que más ha llamado la atención de una multitud de investigadores(as) y académicas(os) del sexo alrededor del mundo es la llamada, coloquialmente, adicción a la pornografía (AP). Aunque aún no se encuentre plasmada oficialmente en ningún sistema vigente de clasificación de enfermedades (pues, por ejemplo, la nueva edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales rechazó su inclusión), la noción de la AP ha ido desarrollándose en el discurso entre profesionales, en las narrativas que comparten los(as) pacientes en la privacidad de un consultorio y en los discursos en línea, en los foros de Internet, bajo el velo del anonimato. Conforme los testimonios van aumentando, la reflexión en torno a su existencia -- y a su elusiva definición -- se torna álgida.

Hipotéticamente hablando, la AP representaría una sub-clasificación de un desorden de hípersexualidad (o dicho de otra manera, un desorden derivado de un alto deseo sexual en concatenación con un pobre control de impulsos) y la adicción al Internet, relacionada al consumo de material pornográfico en línea. En primer lugar, para lograr especificar qué es la AP, habríamos de definir qué es pornografía, lo cual en sí mismo merece atención y una conceptualización hecha con lujo de detalle (ya que el material sexualmente estimulante puede adquirir varias formas para el usuario o consumidor, que a simple vista, no pareciera pornográfico). Además, en cuanto a los materiales audiovisuales y sitios web que se promocionan como pornográfico, presentan diferencias abismales: desde el típico porno dirigido a hombres heterosexuales (caracterizados, en la gran mayoría de los casos, por escenas de sumisión y agresividad) hasta el más reciente porno feminista. Para complicar más las cosas, tanto la hípersexualidad como la adicción al internet tampoco se pueden encontrar indexados en los sistemas de diagnóstico médico-psiquiátrico en vigor, y su futura inclusión sigue en disputa (esto quiere decir, que aún no se reconocen oficialmente como enfermedades, síndromes o desórdenes por la comunidad médica). No obstante, se dice que la AP, en términos generales, está caracterizada por un consumo “excesivo” de material pornográfico (facilitado por su fácil acceso y gratuidad en Internet) y por consecuencias negativas derivadas de este consumo desenfrenado (i.e., aislamiento, problemas de pareja).

Aunque el énfasis en el estudio de este fenómeno ha sido considerable en los últimos años, las(os) expertas(os) aún mantienen opiniones reservadas en torno a los criterios diagnósticos (i.e., ¿Qué significa consumo excesivo? ¿A qué nos referimos con daños? ¿Es la pornografía en sí o el tipo de pornografía lo que genera el daño? ¿Son los hábitos masturbatorios ligados a la pornografía el verdadero problema?) de la AP. De los lineamientos recomendados para el tratamiento de la AP, ni se diga: poco se sabe fuera de anécdotas individuales de tratamientos efectivos para una entidad diagnóstica aparentemente "fantasma". Por otra parte, quienes alegan que esta categoría diagnóstica no debería existir, basan sus argumentos en que la patologización del consumo de pornografía resulta en una afrenta moralista dirigida al control del comportamiento sexual de la población (i.e., ¿Por qué el consumo de pornografía habría de generar daños? ¿Podría representar otra forma de expresión sexual, aún y cuando reemplace el contacto físico con otras personas?). Hoy por hoy, seguimos debatiendo su definición y su naturaleza para que, en algún momento, lleguemos a reconocer a la AP en textos de medicina, psiquiatría y psicología. No obstante, aún existiendo opiniones encontradas, aquello que sí se hay que enfatizar es que la AP resulta en un fenómeno que causa gran sufrimiento y daños a quienes reportan sufrirla (así como a sus parejas y/o personas allegadas). Es decir, reconocemos que hay momentos en los que, efectivamente, por una u otra razón el consumo de pornografía se puede tornar patológico.

Los estudios actuales han intentado delimitar la relación entre el consumo “excesivo” de pornografía y ciertos cambios en la estructura o funcionamiento de ciertos núcleos cerebrales relacionados con el placer. Los resultados de estas investigaciones han sido mixtos, aunque se puede argumentar (con cierta reserva) que estos cambios en el sistema de nervioso central están detrás de numerosos problemas a nivel comportamiento y funcionamiento sexual reportados por quienes afirman sufrir de dependencia a la pornografía. También hay quienes han encontrado conexiones entre el consumo de pornografía y problemas sexuales como la disfunción eréctil derivados de una combinación del tipo de estimulación genital (masturbación), la intensidad de los estímulos visuales, y los cambios en circuitos cerebrales relacionados al placer (i.e., en hombres o individuos con pene), o la expresión de comportamientos sexuales violentos. Más aún, las investigaciones, lastimosamente, están enfocadas casi enteramente a hombres cisgénero. Entre estudiosos(as) del tema, aún existe tensión entre la descripción de casos aislados de “adicción a la pornografía” (que se refieren a estudios anecdóticos, basados en los relatos de unos cuantos individuos) y la identificación de patrones similares o característicos de un potencial “síndrome” en grupos más numerosos (es decir, estudios basados en muestras más grandes de individuos como la prevalencia de AP, y así poder extrapolar los resultados a la población en general). El cúmulo de evidencia aún es poco, por lo que se amerita más investigación, con mayor rigor científico.

La ciencia continúa avanzando. Mientras tanto, seguimos a la espera de mayor claridad en la comprensión y definición de este fenómeno. No obstante, aunque aún no existe una lista aprobada de criterios diagnósticos para la denominada AP, no estaría de más mantenernos conscientes y reflexivos(as) en torno al tema. Reflexionemos en torno a la pornografía, su consumo y su impacto (tanto positivo como negativo). Habrá que preguntarnos, como profesionistas de la salud mental y sexual o como individuos, si nuestro patrón de consumo de pornografía está interfiriendo con nuestras actividades cotidianas y vida personal (o con el de las personas que atendemos). Habremos de cuestionar si este patrón está impactando negativamente en nuestras relaciones afectivas, o si percibimos un cierto paralelismo entre el consumo de pornografía y cualquier problema relativo a nuestra función sexual.

¿Acaso existe un cierto carácter compulsivo en nuestro consumo de pornografía? ¿El pensar en consumir pornografía, o el consumo mismo, ocupa un número considerable de horas en nuestro día? ¿Nuestro consumo hace que las relaciones sexuales en vivo, con otra persona, se tornen menos atractivas? ¿Esto representa un problema? Todas éstas son preguntas válidas que habrán de ser exploradas con detenimiento, críticamente, sin tapujos. También habremos de dilucidar si el consumo de pornografía está ligado a nociones moralistas del comportamiento sexual en nosotras(os) mismas(os) o en nuestros pacientes, y por tanto conlleva culpa o remordimiento (común en muchos casos de disfunción sexual). A falta de mayor claridad, mientras seguimos nadando en aguas turbias en torno al tema de AP, no está de más mantenernos a flote por medio del análisis y tratamiento de nuestros problemas sexuales y del consumo de pornografía desde el lente de la salud sexual (en todas sus dimensiones), haciendo a un lado (al menos por lo pronto) el diagnóstico oficial de adicción.

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